No me leerá. Tampoco creo que nadie le mencione estas líneas. Eso espero al menos. Permíteme que incluso te lo pida, querido lector. Mejor que así sea porque me reñiría enarbolando el carácter de aquella serrana que sigue llevando dentro. Hoy cumple 83 años y su fortaleza conmueve pese a los imponderables.
Hace ya esos años que vino al mundo Luisa, en un lugar delicioso que se llama La Iruela, a un par de kilómetros de Cazorla. No recuerda ella que aquellos tiempos de nevazos y hambruna le dibujaran paisajes tan bellos en un lugar, sin embargo, de tan notables atractivos para el turismo de naturaleza.
De niña vino a un lugar más próspero al final del curso del Guadalquivir, ese río naciente en su cuna. Pero no venía aquella pequeña a educarse, ni mucho menos a jugar. Qué más hubiera querido. Le esperaba trabajo y, aunque ama de casa desde su casamiento, ésa fue su actitud siempre.
Admiro su vocación de independencia cotidiana, pese al acumulo de achaques que le impiden la movilidad que quisiera. Le sigue costando hacerse a la nueva situación y, sinceramente, reconozco que si lo consigue dejaría de reconocer a mi madre. Aunque le deseo la felicidad que da asumir bien lo que va tocando.
Entre sus ilusiones está la recuperación alguna vez de parte de aquellas capacidades propias. Entre sus alegrías, rodearse de hijos y nietos. Las mías, entre otras muchas, son cada minuto que puedo pasar con ella, ojalá cada vez más, buscando esa botella medio llena en medio de su mar de achaques.
Mi madre cumple años y la condición que luce a medida que le van cayendo cada 6 de septiembre es ejemplo de acogida de las dificultades, con templanza y resignación. Llevo su 'nariz Leiva' y ojalá también su mirada a la vida desde el balcón de la falta de pretensiones ilusas. Aunque no me leas, felicidades mamá!
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