(De mi segunda Exaltación en el Calvario, 26/febrero/2016)
Era
tercer domingo de noviembre. A primeras horas de la tarde, el sol doraba los
rincones del alma helada por los acontecimientos. Aunque
no lo suficiente como para anticiparme la primavera. Hacía aproximadamente
veinticuatro horas que me pidieron afrontar este compromiso y, para qué esperar
más, ya estaba escribiendo la vigésimo sexta edición de esta cuaresmal
Exaltación en el Calvario.
Ya
lo había hecho hace diez años. Soy reincidente por tanto. Así lo ha querido el
hermano mayor y su junta. Y yo he seguido ese dictado a pie juntillas. Entonces, hace diez años, acababa de ver la muerte. Tu muerte, Señor Yacente,
llenando la urna de plata en el Víacrucis de las Hermandades. Todo un regalo para
soñar con el Viernes Santo que, como hoy, estaba aún por llegar. Y aquello fue…
sí… un regalo.
Vuelves
a procesionar ante mí. Pero de modo distinto. Lo haces en la televisión, que
emite mientras escribo un vídeo en el que una ráfaga de tiros abate, en una
discoteca parisina, a decenas de víctimas de nuevos atentados yihadistas que
sembraron el terror, en la capital francesa, el viernes 13 de noviembre de
2015. No hubo tambores destemplados ni cornetas esa noche. Sólo tiros, sirenas
y gritos.
Y
esa muerte... Esa muerte también fue tu muerte, Señor Yacente!! Sigues muriendo
entre nosotros. El mundo sigue erigiendo cruces sobre el Calvario. Ya no nos
basta con hacerlo de tres en tres. A decenas… A centenares… A miles mueres hoy
en día encarnándote en el prójimo abatido! O a solas. Como el niño Aylan, a
orillas de la playa, en la más triste estampa que los últimos tiempos nos han
ofrecido.
Pero aquel niño yacente,
Señor que abres los cierros
de este patético infierno
de llamaradas ardientes,
no pareció referente
de este bello Santo Entierro.
Y aquellas voces, recuerdo,
criticaban coincidentes
lo que quise hacer presente
y como periodista pienso:
que quien callare ese duelo
sólo ignorara silente.
Dime, Jesús Yacente,
que en tu urna lo pondremos.
Verás como así sí vemos
al que las olas recientes
desplazaron desde Oriente
y hasta el Calvario traemos.
Que por mi verso hoy oremos
ante ti, Señor Yacente,
y tu urna reluciente
haga sitio al que el desprecio
orillara entre los serios
avatares existentes!
Que por mi verbo se rece
en esta noche que advierto
bálsamo contra el destierro!
Que mi palabra alimente!!
Que en mi voz todos encuentren
las glorias del Santo Entierro!!!
Hermoso. Me ha dejado sin palabras. El poema era como escrito al compás de una de esas bandas que acompañan los pasos en Semana Santa.
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