martes, 7 de abril de 2009

La alargada sombra del Padre Viú


La mirada de la Virgen al cielo del Jerez del Lunes Santo puso colofón a una jornada preciosa. Y si el día dispuso, como es habitual cada año, del más varipinto caleidoscopio cofradiero lo cierto es que en Amor y Sacrificio encontró, como no podía ser de otro modo, con el extraño equilibrio de la penitencia más sobria y extrema aunque tocada por un encanto mariano que parece descender desde las andas de María Santísima hasta unas filas nazarenas dulcificadas a los ojos de un público siempre fiel a esos atractivos que tan poco tienen que ver con los que se generalizan en el resto de corporaciones de la ciudad.
Madre de Dios abrió sus puertas para ello. La cera negra ardió de amor en la calle. Y los encapuchados, herederos de aquellos 'luises' y 'estanislaos' del Padre Antonio de Viú, alumbraron, a lo largo de todo su itinerario camino de la Santa Iglesia de la Catedral, aquellos tiempos de la post-guerra en los que se acunaba recién nacida esta Hermandad ignaciana. Prolongación de ese apostolado de los Padres Jesuítas pareció -y lo fue, de hecho- ese recorrido procesional. A ello supieron, para sorpresa de nadie por tratarse de su esencia más genuina, esas horas de constante rezo del Santo Rosario en sus filas.
Así la concibió Viú, prolongación del marianismo de los congregantes de la Inmaculada y San Luis Gonzaga, y así la volvió a ver Jerez desde las aceras. Con hondo sentido mariano, estrictamente penitencial, ausente por completo de toda ostentación, sin signos externos que distingieran a unos hermanos de otros, todo sencillo y humilde, donde sólo se destacara la imagen de la Virgen dolorosa, que volvió a ser el centro de la devoción de los hermanos -en número sorprendentemente creciente de modo sensible- y de cuantos la contemplaron con admiración y respeto.
Ya están lejos los tiempos en los que las octavillas pedían silencio al público, porque llegaba Amor y Sacrificio. Pero han quedado anclados en el subconsciente colectivo de la ciudad. De no ser así no se entiende que siga imponiendo ese acallamiento general que, pese a que la sociedad ya respira de otro modo, continúa consiguiendo en beneficio de los objetivos de una propuesta de cuyo éxito en este tierra bajoandaluza no caben dudas pese a no responder a las pautas generalizadas. Pura devoción a una Virgen sugerente es lo que prevalece. Pese a las intencionadas renuncias estéticas.
Y la radicalidad penitencial es apuesta que gusta a juzgar por el alargamiento de las filas de la última cofradía de este Lunes Santo que se volvió a detectar ayer. Prolongadísimo se vio el cortejo en la Carrera Oficial y especialmente intimista cuando, de regreso a Madre de Dios, el camino de vuelta a casa se encontró con el callejero del barrio de San Miguel. Las luces apagadas pretendidamente por Santa Cecilia, San Miguel o Barja, el rezo compartido con los cofrades del Santo Crucifijo y el espíritu jesuítico prevaleciendo brindaron estampas increiblemente sugestivas.
La llegada a La Plazuela, casi prolongación de ese otro espacio de las Puertas del Sol ante la fachada de la sede canónica, ofrecía, sin perderse para nada el espíritu aquél del primer origen de la Hermandad, el intachable aspecto de lo invariable. No lo ha sido desde su nacimiento en los años cincuenta. Y tampoco, casi sin evidenciar cansancio apenas, lo fue con relación a la estampa brindada por la tarde. Con ese encanto que le proporcionó el recordado jesuíta fundador, así se cumplió un recorrido con idénticas fragancias a las originarias.

(La Voz, Martes Santo, 07-04-09)

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