lunes, 24 de agosto de 2015

Mesas para qué os quiero

Acabo de levantarme recién cenado. No hemos arreglado el mundo mientras comíamos, tampoco hemos arreglado ninguno de los problemas más domésticos que nos acucian... pero hemos hablado, en torno a la mesa, de lo que a lo largo del día no hemos sido capaces. Quizá más por no haber sabido encontrar el modo en la dinámica cotidiana de idas y venidas que porque no exista la posibilidad más allá de esas sentadas con horario fijo y platos por delante.

Y McCann y MRM/McCann, creadores de la nueva joya publicitaria de Ikea, han sabido dar en el clavo. No me dan comisión los suecos pero, cuando un anuncio me atrapa de verdad, o es de la famosa compañía de muebles o es de Coca-Cola. Apenas un par de empresas más me parecen tan habituales en esos niveles de calidad que impiden aprovechar los intermedios (así se llamaban en los tiempos del VHF y el UHF) para ir a miccionar.

El spot está protagonizado por la mesa del despacho oval de la Casa Blanca. A lo largo del mismo este poderoso lugar de toma de decisiones de interés mundial relata su envidia por las mesas de los hogares normales donde se cuecen asuntos cotidianos y se disfrutan comidas familiares. El anuncio de bodas, la decisión para la compra de una vivienda o el conocimiento de las notas de los niños pueden ser o no los argumentos que aparecen pero cabría todo ello.

Ahora, al girarme y mirar nuevamente la mesa que acaba de ser recogida de platos, cubiertos y otros elementos de la cena, puedo reproducir mentalmente qué hemos hablado en ella. Como al llegar al dormitorio y mirar la que sustenta el ordenador en el que escribo evoco fácilmente mis reflexiones sentado ante ella. O aquella que me espera en la redacción de la radio se llenará de papeles, de decisiones sobre temas que ocuparán mis notas, la antena...

Vender mesas, que es algo que sin este anuncio parece insustancial salvo por la facturación correspondiente, alcanza una dimensión insospechada por obra y gracia de la nueva tendencia que pone experiencias al alcance del comprador. Y, sin embargo, lo sorprendente ahora es no haber reparado convenientemente en que lo lógico, pese al individualismo imperante, es vender mesas que nos reúnan más que sillas que, de una en una, sigan aislándonos.

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